Domingo, Marzo 9, 2025
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Cárceles y zonas geográficas extremas: Partió la campaña presidencial

Diego Palomo. Abogado y académico de la Universidad de Talca.

La idea de construir cárceles en lugares remotos como desiertos, islas o en el extremo sur ha ganado terreno en algunos discursos políticos como una solución aparentemente contundente frente a la delincuencia. Propuestas de este tipo suelen presentarse con un aura de mano dura, prometiendo más seguridad a través del aislamiento extremo y condiciones particularmente severas para los internos.

Sin embargo, este enfoque resulta absolutamente superficial, claramente populista y, por cierto, contrario a lo que una política pública bien fundamentada y de largo plazo debería perseguir. Más que resolver el problema de la inseguridad, estas medidas son un mensaje poco sincero con el electorado con una fachada de acción decisiva que ignora las nulas posibilidades sobre su aplicación real en un país como el nuestro.

En primer lugar, la construcción de cárceles en zonas geográficas especialmente inhóspitas apela más a la emoción que a la razón. El imaginario de un desierto desolador o una isla inaccesible trae la imagen de castigo duro y disuasión, que es precisamente lo que quiere escuchar la gente. Es una respuesta diseñada para calmar el clamor popular en lugar abordar el problema con seriedad, abordar el tema de las cárceles aún pendientes de completa habilitación y de diseñar, aunque sea menos popular, una estrategia integral de prevención y rehabilitación.

Como sea, este tipo de propuestas suele surgir en contextos de crisis, donde la ciudadanía, frustrada, busca soluciones rápidas y visibles, aunque sean poco efectivas a largo plazo. Y si junto a dicha crisis, coinciden elecciones, es el escenario perfecto para éstas.

Aún así no deja de llamar la atención que personas con formación completa, privilegiadas en la vida, ignoren que el aislamiento geográfico no garantiza mayor seguridad para la sociedad. Si bien alejar a los condenados puede aparentar ser una forma de proteger a la población, la evidencia de otras experiencias en otros países demuestra que las cárceles remotas, no eliminaron el crimen ni disuadieron a los delincuentes de manera significativa. En cambio, estas instalaciones tienden a convertirse en símbolos de dureza que si bien alimentan estas narrativas populistas, en la práctica generan más problemas logísticos y éticos que soluciones reales. ¿Y quiénes serían enviados allí? Al parecer, los populistas piensan en delincuentes violentos o de alta peligrosidad, pero no queda claro si también trasladarían a condenados por delitos de cuello y corbata, como corrupción o fraude, o si estos seguirían disfrutando de tratos preferenciales.

Otro aspecto crítico es el gran costo económico y humano de estas iniciativas. Construir, habilitar y mantener cárceles en desiertos, lugares o zonas extremas implica una inversión descomunal en infraestructura, transporte y personal, recursos que deben destinarse a al menos un ciento de necesidades a las cuales cabe dar prioridad. Gobernar es priorizar. Las condiciones duras, además, agravan la deshumanización de los internos, dificultando su reinserción y perpetuando, todavía más si cabe, un ciclo de reincidencia. Y si los delitos económicos o de corrupción quedaran excluidos de estos recintos, se evidenciaría aún más la incoherencia de un sistema que castiga con severidad a unos mientras protege a otros, perpetuando desigualdades en la aplicación de la ley.

El enfoque en la geografía como solución también desvía la atención de reformas estructurales urgentes. En lugar de invertir en cárceles remotas, los esfuerzos podrían centrarse en capacitar a jueces, mejorar la policía, agilizar los procesos judiciales y garantizar que las prisiones actualmente existentes no sean verdaderas escuelas del crimen. La obsesión con el castigo duro y el aislamiento ignora que la seguridad pública no se logra solo con rejas y cadenas, sino con instituciones sólidas y una sociedad unida. Proponer cárceles en el desierto o en islas es otra pirotecnia populista que evade estas tareas más complejas pero esenciales.

Por otro lado, las condiciones extremas que se promocionan como “duras” suelen rozar o cruzar los límites de los derechos humanos. Organismos internacionales han advertido repetidamente que el trato inhumano en las cárceles no solo es éticamente reprobable, sino que también alimenta la violencia y el resentimiento, tanto dentro como fuera de estos centros. Una política pública medianamente sensata debería buscar el equilibrio entre justicia y dignidad, en lugar de apostar por la brutalidad como espectáculo para ganar votos.

Asimismo, y no está demás apuntarlo, estas propuestas suelen subestimar los efectos en las comunidades locales y el medio ambiente. Construir megaestructuras en ecosistemas frágiles como desiertos o zonas extremas tiene consecuencias ecológicas graves, mientras que la llegada de personal penitenciario y sus familias a áreas remotas puede alterar dinámicas sociales y económicas sin una planificación adecuada. Lo que se vende como una solución de seguridad termina generando nuevos problemas que el discurso populista rara vez anticipa ni menos resuelve.

En conclusión, la construcción de cárceles en desiertos, islas o el extremo sur bajo la bandera de la seguridad es una medida que suena fuerte pero completamente vacía. Es un parche superficial que apela al miedo y la indignación, pero que fracasa en atacar las causas del crimen y en promover una sociedad más segura y justa. Ni siquiera está claro si los populistas enviarían a estos recintos a todos los delincuentes o solo a los que encajan en su relato de “enemigo público”, dejando a los de cuello y corbata en prisiones más cómodas (pues parece que para ellos siempre se trata de los “otros”). Las políticas públicas efectivas requieren visión, no solo hormigón en lugares inhóspitos; necesitan meterle cabeza, no solo la comodidad del discurso del castigo duro; y exigen evitar a toda costa el populismo, poniendo en evidencia a todo y toda populista. Solo así se podrá construir y aportar hacia una mayor seguridad real, y no quedarnos con este tipo de propuestas absolutamente absurdas sostenidas en una especie ilusión geográfica.

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