Artículo enviado por el columnista Álvaro Hernández Aguilar, Dr. en Derecho de la Universidad Escuela Libre de Derecho. Costa Rica. Juez de Apelaciones civil y comercial. Profesor universitario.
No cabe duda que estamos iniciando un nuevo mundo diferente ante el elocuente desarrollo de las tecnologías. Para algunos autores luce difícil atreverse a señalar las dificultades que comporta la IA, cuando –como bien dicen- ni aún hemos conseguido el consenso científico necesario para definir qué es la inteligencia humana. En verdad, con la noción IA lo que se pretende es al fin y a la postre, imitar lo humano e incluso –de ser posible superarlo- llegando a ese estadio en el que las máquinas vayan más lejos que lo que hacemos las personas y abriendo esa todavía incierta etapa del “transhumanismo” tan bien estudiada por Luc Fery cuando trata los problemas éticos, jurídico y sociales del perfeccionamiento humano a través de la ciencia y la tecnología en su obra referida a “La revolución transhumanista”.
El hilo de reflexión de la temática, es sugerente y estimulante por cuanto las implicaciones sociales de la IA muestran su verdadera apuesta por el “desarrollo tecnológico, vista como una creación social” y, por tanto, “no es neutral en modo alguno” cuyas implicaciones en nuestra conducta y operatoria conductiva es tremendamente significativa. De elocuente significación radica en distinguir los motores tecnológicos de la IA, resumiéndose en cuatro: hardware, software, big data y robótica. Como algunos sostienen, “nada nuevo bajo el sol”; además, la IA “es un sobre todo la manifestación de una ancestral pulsión humana: la que se mueve a crear seres a nuestra imagen y semejanza” que nos ayuden tanto a superar nuestras propias limitaciones, como deshacernos de trabajos que impliquen monotonía o peligro.
Muchos estamos acentuados en la época analógica con categorías que ya no son de nuestra época, donde lo digital solo justificaba para asuntos de comunicación. Debemos entender que vivimos en un nuevo entorno por una propuesta cambiada más a lo digital como sucede en algunos lugares de mayor desarrollo digital.
Para el italiano Luciani Floridi investigador y profesor de Ética de la Información en el Instituto de Internet de la Universidad de Oxford, el impacto que tiene las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana, determina que vivimos en un “tsunami de datos” –La cuarta revolución: cómo la infosfera está remodelando la realidad humana.
Señala que el acelerado desarrollo de las tecnologías y del impacto que tendrá la transformación de nuestra privacidad y sobre las tensiones generadas sobre los derechos de libertad de expresión y a la autodeterminación.
En tal sentido puntualiza dos vertientes muy distintas sobre la privacidad, entre Estados Unidos y la Unión Europea. En los Estados Unidos la privacidad es vista como algo que tiene valor económico y que puede o no ayudar a interactuar socialmente, dependiendo de la situación. Involucra que bajo ese concepto de privacidad lo que subyace no es la dignidad humana, sino una cuestión de propiedad, donde la privacidad se transforma en un medio para lograr un fin. En Europa el respecto por la privacidad forma parte de la dignidad humana.
Sostiene el autor, que esas dos versiones provienen de culturas diferentes y, por eso, existen fricciones con las empresas estadounidenses en Europa y viceversa. Algo sustancialmente relevante del motor –big data- cuya regulación y práctica es opuesta en ambos mercados.
Bajo este punto de claridad estructural del discurso, es posible ir visualizando los plurales efectos ambiguos en el comercio y el estilo de vida en general, de cómo la IA puede llegar a materializarse en nuestras sociedades y, especialmente a las personas. La superación radical de ese mundo analógico para llegar al denominado “paraíso artificial”, en las tecnologías disruptivas, luce, sin embargo, empedrada de innumerables sombras y espejismos que debemos superar. Pero quizás, dónde los retos de lA se plantean de modo más crudo radica en el derecho y la asimilación de las exigencias de estos nuevos movimientos.
En el campo del Derecho, se plantea de modo más crudo, por un lado, en el déficit innegable de regulación (el Derecho desgraciadamente, va siempre por detrás de la realidad) que hoy en día existe, tanto en la UE como en Estados Unidos, -sin mencionar a China- derivado de los complejos aspectos éticos, que se plantean en cuanto al desarrollo imparable y acelerado de la IA, que deberían ser abordados a partir de un enfoque preventivo de riesgos, desde el diseño a su aplicación, como obligación del investigador y, en su cado de la empresa que comercialice a través de comités de ética (al igual que con la biomedicina).
En el año 2013, la Universidad de Oxford publicó The Future of Emploment, advirtiendo que el 47% de los actuales puestos de trabajo van a desaparecer con las nuevas tecnologías. Elon Musk funda Jeurolink Corporation en 2016, para implantar microchips en cerebros humanos. Si todas estas noticias eran conocidas, por qué ahora ha sonado la alarma apocalíptica de suspensión de los dispositivos peligrosos para la humanidad. Por dos razones en particular: porque el alarde tecnológico del ChapGPT3 recientemente puesto al púbico es fácilmente comprensible y utilizable por cualquier ciudadano y por que el cambio vienes más rápido de lo que inicialmente pensábamos.
Ante las poderosas tecnologías de la IA debemos formar un especial modo de usar la “inteligencia humana”. Una realidad digitalmente expandida necesita una inteligencia humana expandida también. Ese es el tema del momento: ¿qué tipo de inteligencia debe ayudar a aprovechar a formar la educación para no desaprovechar el gigantesco poder de la tecnología ni dejarse suplantar por ese medio?. Para la educación plantea un problema práctico ineludible y urgente. Por desgracia estamos empantanados en disputas superficiales, sin entrar en el debate central, necesitamos a todos los niveles –cognitivo, emocional, práctico, ético- una “inteligencia avanzada” capaz de enfrentarse a las nuevas tecnologías o posibilidades que desde luego irán surgiendo.
Las investigaciones sobre “inteligencia humana ampliada” van en esa dirección que nos parece muy prometedora, porque no pretende que la IA suplante a la natural, sino que le ayude a ampliar sus recursos. Llevarlo a las aulas, implementarlo en currículos, formar a los docentes que han de dirigir su aplicación, es enormemente complicado. No tenemos tiempo que perder. Pero lo perderemos si la sociedad no se da cuenta de cómo le afecta este singular y elocuente asunto.
Partiendo de lo descrito, es posible sugerir entre determinismo y constructivismo social, y con vocación educativa lo siguiente:
El debate de la IA que abre la incógnita, hasta qué punto el progreso de la IA no conllevará el debilitamiento de las capacidades físicas y mentales del ser humano, lo cual fue en su momento advertido por el neurocientífico italiano Lamberto Maffei.
El segundo aspecto radica en el de la presencia, que conlleva la inquietud y temor a que el propio ser humano sea finalmente expulsado de sí mismo, lo que podría conducir a la irrelevancia de una desigualdad entre las personas.
Como tercer aspecto –la regulación-. No basta con decir que la IA respete la dignidad humana y los derechos fundamentales, lo que va de suyo en un Estado constitucional democrático y social de Derecho. Sino en concretar que límites se ponen desde el marco regulador de los sistemas de IA que pueda investigarse y desarrollarse. Se requiere principios éticos, el código abierto y, por tanto, la trazabilidad de quienes han de participar en los programas de IA.
Se debe abrir un debate desde las organizaciones de la sociedad civil, que supere el enfoque actual, necesario e insuficiente, del mundo académico (acantonado en áreas de conocimiento o especialidades incomunicadas muchas veces entre sí). Sin embargo, la sociedad en la actualidad, sigue abducida por los desarrollos tecnológicos que compra y aplica sin límite de prudencia cabal sin que puede determinarse las eventuales limitaciones y desarrollo de la IA. Afortunadamente tanto en América Latina como en la Unión Europea, se protegen los derechos fundamentales y las libertades públicas, pero también debemos ser conscientes de lo que se apuesta en un mundo globalizado del que no es fácil descolgarse. Este punto es tal vez el flanco más débil que puntualizamos respecto a la IA.
En suma, la pregunta, es cómo abrir un debate honesto y amplio sobre la IA, aprovechando sus efectos sin duda beneficiosos para el desarrollo económico y social, que armonice cabalmente el desarrollo tecnológico, económico y social, que sintonice cabalmente con la persona, y lo que es capital identificando y regulando sus inevitables peligros. Tal vez y como sostiene la autora Margaret A Boden “antes de que resulte demasiado tarde”.