Sábado, Marzo 8, 2025
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Fracasar no te define, te transforma

Paula Barrios Goio. Propulsora del empoderamiento femenino, Metropolitan Chair Financial Empowerment  G100. Socia de empresa de asesoría e intermediación financiera Bcorp Spa. Speaker de  talleres de educación financiera para emprendedores y Fundadora del Podcast Liderarte, el arte de elegir tu vida. Co Founder de la Corporación Impulsa Vichuquén, Mentora en ChileConverge.

Aquí estamos comenzando marzo y quiero partir con una reflexión sobre el fracaso, o
como mi amiga coach me dice: aprendizajes Paula!!!

Fracasar duele. Ojo, no es un aprendizaje bonito y menos, inmediato. No es esa versión suavizada donde todo lo malo nos deja una gran lección de vida al instante. No. Digámoslo en español: Fracasar es incómodo, es dudar de una misma, es sentarse con el ego golpeado y preguntarse si acaso todo el esfuerzo ha valido la pena.

Lo sé porque me pasó.

Me pasó en un taller hace un tiempo, uno de esos espacios donde normalmente me
siento como en el living de mi casa, donde me gusta compartir lo que sé y conectar con
otras personas. Me preparé como siempre —con cariño, con ganas y con esas mariposas
en la guata que me recuerdan que me importa lo que hago—, pero ese día, todo se sintió
denso. No logré que la conversación fluyera, no sentí la chispa de conexión, no vi esas
miradas atentas que me dicen “esto hace sentido”.

Intenté leer al grupo, cambiar el ritmo, hacer preguntas. Nada. Me escuché a mí misma
hablar y sentí que mis palabras flotaban en el aire sin aterrizar en nadie. Fue frustrante, y
aunque hice todo lo posible por mantener el ánimo arriba hasta el final, cuando terminó,
supe que no había sido un buen día.

Volví de regreso en modo autodestrucción. Mi mente implacable, me repetía cada error
como esa música que no logras sacar de tu cabeza: No fuiste clara. No conectaste. No lo
hiciste bien. Me fui a dormir convencida de que, tal vez, no era tan buena en esto como
pensaba.

Y entonces, el fracaso me habló…

No de inmediato, porque al principio solo escuchaba mi propia voz dura y exigente. Esa
que nos dice que no somos lo suficientemente buenas, que minimiza todo lo que hemos
hecho antes por un solo error. Pero con los días, el ruido se fue apagando y pude
hacerme la pregunta clave: ¿realmente salió tan mal o soy yo poniéndome una vara
imposible?

Pensé en todas las veces que he trabajado con mujeres emprendedoras, especialmente
en mi querida región del Maule. He escuchado sus historias de esfuerzo, de intentos
fallidos, de cambios de rumbo obligados. Mujeres que empezaron vendiendo desde sus
casas, que enfrentaron crisis económicas, que dudaron de sí mismas, pero siguieron
adelante. Y me di cuenta de que, aunque las admiro profundamente, nunca las he medido
por un solo error o un solo mal día. Entonces, ¿por qué sí lo hago conmigo misma?

No hay talleres perfectos, ni charlas perfectas, ni presentaciones perfectas. No porque no
nos preparemos o nos esforcemos, sino porque trabajamos con personas, con energías
que se cruzan, con historias que cada una carga en la mochila. Y aunque eso es una
maravilla, también lo hace impredecible.

El fracaso, ese que tanto tememos, no es un verdugo. Es un espejo. Un espejo que me
mostró lo que todavía me falta aprender, que me recordó que mi valor no está en un solo
día, una sola actividad o un solo resultado.

También me recordó que las mujeres hemos sido educadas para ser impecables, para
medirnos con estándares inalcanzables, para pensar que si algo no sale perfecto,
entonces no valió la pena y eso no es solo injusto!! Es una carga que nos quita la libertad
de experimentar, de aprender en el proceso, de fallar y seguir.

Cuántas veces nos repetimos que no somos lo suficientemente buenas. Que, si el
negocio no crece lo suficientemente rápido, entonces no sirve. Que, si no tenemos todas
las respuestas, entonces no sabemos nada. O que si no logramos que todo el mundo
quede conforme, entonces fracasamos.

Pero ¿y si cambiamos la perspectiva?

¿Qué pasa si vemos el fracaso no como el final, sino como parte del camino? Porque la
verdad es que nadie construye nada sin equivocarse. Nadie aprende sin tropezar. Nadie
llega lejos sin haber dudado de sí misma en el trayecto.

Aprendí a escuchar al fracaso sin miedo. A dejar de verlo como una sentencia y empezar
a verlo como una conversación. A preguntarme, después de un mal día:

¿Me hablaría así si fuera mi mejor amiga? ¿Me estoy exigiendo algo que no esperaría de
otra persona? ¿Puedo aceptar que equivocarme no me hace menos valiosa?

Y lo más importante, aprendí que la valentía no está en no fallar, sino en VOLVER A
INTENTARLO, incluso cuando el miedo sigue ahí.

A lo mejor, y solo a lo mejor, necesitamos ser un poco más compasivas con nosotras
mismas. Darle espacio al error, abrazar el proceso y recordar que no somos exitosas
porque nunca fallamos, sino porque seguimos avanzando a pesar de ello.

Porque al final, somos mucho más que un mal día.

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