Dr. Emilio Moyano Díaz. Académico de Excelencia. Universidad de Talca.
Hoy es variado el número y tipo de (pre)candidatos presidenciales en una centro izquierda e izquierda variopintas, y una derecha dividida en cuatro o cinco corrientes, con los suyos. El número total de estos(as) precandidatos(as) disminuye significativamente, si se deja sólo a quienes son líderes(as). Sin embargo, no debiera llamar mucho la atención el número de quienes se lanzan como precandidatos con bajísima preferencia en las encuestas, dado precedentes recientes, y la arrastrada crisis de nuestro sistema político (mal que mal, sino resulta dirá cada uno, quedo posicionado(a) para diputado o mejor, senador o, incluso, como ministro o, ¿por qué no? embajador de un futuro gobierno).
Casi cualquiera se siente ‘llamado’, o con posibilidades. Incluyendo a quienes nunca se les ha oído un pensamiento, no diremos proyecto o meta de bien común para el país. Pero el precedente está a la vista, ¿acaso un joven exdirigente estudiantil y diputado, ex-enfant terrible del segundo gobierno de Piñera, no llegó a la presidencia partiendo de un porcentaje de aprobación inicial muy bajo? Claro, la final le resultó fácil, la ciudadanía al momento de elegir entre un comunista defensor de los gobiernos de Venezuela y Cuba y un progresista condenatorio de estos gobiernos y respetuoso de los DDHH no tenía donde perderse. La clase política llevó a Chile a esa estrecha y subóptima opción final. Y lo estamos pagando.
Sin embargo, no se trata solo de alcanzar la Presidencia. Para devenir no sólo presidente(a) sino que líder (Aylwin, Lagos, Frei, Bachelet, Piñera, todos post 60 años y cada uno en su estilo y contexto lo fueron), se requiere algunos requisitos entre los cuales la experiencia, credibilidad, el ejercicio de algún tipo de poder: de recompensa, experto, -ojalá en economía, derecho, ciencia política, RREE o similares-, carisma o poder referente. Mejor aún si se dispone de empatía para recoger el sentir de los demás, habilidad cognitiva para asimilarlo a las propias propuestas, y, especialmente, visión de futuro, con metas-país factibles de alcanzar y unificadoras de la ciudadanía, con perspectiva. No basta con haber sido artífice de alguna ley en el parlamento, como últimamente pareciera que nos quieren hacer creer que es suficiente.
No es extraño entonces que la ciudadanía -que cuida naturalmente sus intereses-, hoy esté manifestando sus preferencias en las encuestas por dos experimentadas políticas, una más experimentada que la otra, por cierto, E. Mathei y M. Bachelet. La gente se dio cuenta que una cuestión tan seria como es el gobierno de un país con más de 200 años de historia (es decir que debiese contar con gente capaz y muy bien formada), no debe ser confiada a quienes van a aprender a los cargos. Los costos que el país paga por eso no son solo presentes, sino que se extienden al menos hasta el gobierno siguiente. Entregar un Estado endeudado -cifra actual correspondiente a un 2,9 del PIB-, no es trivial. No comentar siquiera el costo sobre la percepción y valoración de la política, de los políticos y de la democracia en la ciudadanía, que significa haber votado por un gobierno cuyas promesas no solo no se cumplen posteriormente sino más bien que resultan paradójicas; refundación de carabineros, acortar el tiempo de espera en salud, política de relaciones exteriores ‘turquesa’, resolver el conflicto mapuche, y otras joyas. Muy felizmente, la realidad se impone a la ingenuidad de ambiciones juveniles desmedidas, pero no es gratis, el país y particularmente la gente menos favorecida lo paga.
Lamentablemente nuestra clase política más experimentada está ‘de salida’, (y ’los herederos’ de reemplazo han empujado para facilitarlo), a excepción de las dos precandidatas referidas (una ha repetido que no quiere ser candidata). De la generación intermedia C. Tohá tiene, sin lugar a duda, muchísimos méritos -sensatez, sentido común, más pragmatismo que dogmatismo, credibilidad, empatía, formación, y experiencia política y de cargos públicos. Lamentablemente, le ha correspondido ser parte de un gobierno dónde se han cometido tantos errores no forzados y forzados, inconsistencias (‘volteretas’ ofrecidas como aprendizajes), dirigentes de la coalición con discursos de superioridad moral (G. Jackson el principal, aunque no único), otros afectados(as) por faltas a la probidad, etcétera, que su imagen aparece lamentablemente afectada por ello. Marca poco en las encuestas, aunque esto no es irreversible ni excluyente, sin embargo. El otro de similar edad es C. Orrego, maduro, sensato, con dilatada experiencia, y una bolsa de votos atractivísima.
Pues bien, este panorama de falta de lideres, de políticos inequívocamente centrados en el bien común, de políticos con visión de futuro, no extraviados en nimiedades del cotidiano acontecer (en la ‘hojarasca’ como diría el estadista R. Lagos), es propio de sociedades anómicas, dónde el liderazgo está fracturado, no creíble, debilitado, sin resonancia, sin influencia. Y así, esto explica también que el caldo de cultivo habido hasta hoy para el surgimiento de líderes populistas o fuertes -felizmente- no haya cuajado (no se puede confiar poderes especiales a quien no es confiable) . Por caldo de cultivo nos referimos a los síntomas de anomia que Ud. querido(a) lector(a) conoce y observa cotidianamente, y que tiene fracturado el tejido social y la libertad personal, que se resume en tres palabras: falta de seguridad. La seguridad es una necesidad básica de los seres humanos (A. Maslow), y a la izquierda le ha costado tanto aprenderlo.
Así, quien llegue al gobierno heredará un bajo crecimiento económico, ya que el actual sólo superaría al segundo de M. Bachelet, pero también podría ser el de peor desempeño desde el retorno a la democracia si no se cumplen las proyecciones del Ministerio de Hacienda, propias de la Ley de Presupuesto 2025. Heredará migración descontrolada, con ingreso ilegal al país (con premio de Rut y acceso a Fonasa entre otros), numerosísimos ingresantes delincuentes sin identificación (e incapacidad gubernamental de expulsarles), violenta y desatada delincuencia que no respeta edad, sexo, ni condición socioeconómica, con sus consecuencias múltiples de cierre de comercios tempranamente, disminución del uso del espacio público y, en general, pérdida a la libertad de desplazamiento y que poco a poco mina la economía incluyendo la proveniente del turismo. Homicidios incrementados en 11,3% en 2024, desempleo al 8,4% (Argentina 6,9%, Perú 5,7, México 3%), esperas vergonzosas para cirugía -y mortalidad en la espera de servicios en el sistema público de salud-, creciente monto de pagos indemnizatorios por mal servicio de éste, sistema político ineficiente (fragmentadísimo, aún caro para su poca eficacia), drogadicción, “Uruguay Argentina y Chile son, en ese orden, los países con mayor consumo per cápita de cocaína en la región, a la vez que los de mayor ingreso per cápita” (https://www.infobae.com/ america/america-latina/2022/06/16/ cuales-son-los-paises-de-america-latina-donde-se-consume-mas-cocaina/) y un largo etcétera.
Cada gobierno tiene que hacerse cargo de la realidad social heredada y de la nueva, que le toca gestionar. Y este es percibido como uno que no ha dado el ancho para los problemas de tanta envergadura que reseñamos y tenemos. Lo que ha hecho tampoco lo ha sabido publicitar. No vale echar culpas al gobierno anterior o anteriores, la política es sin llorar, y el próximo gobierno -de cualquier signo que sea- deberá hacerse cargo de estos problemas, y también será evaluado por su capacidad de enfrentarlos. Un estudio reciente acerca de confianza institucional arroja que “al igual que en la mayoría de los países miembros de OCDE, la ciudadanía chilena confía más en la policía (52%) y en los gobiernos locales (municipios, 36%) que en el Gobierno nacional (30%), mientras que la confianza en los partidos políticos (14%) y el Congreso (19%) es bajísima. Y en lo que respecta a las instituciones de justicia, solo un 25% de los encuestados manifestó una confianza alta o moderadamente alta, es decir 29 puntos porcentuales menos que el promedio OCDE (54%)”. (https://www.hacienda.cl/noticias-y-eventos/noticias/ministerio-de-hacienda-y-ocde-presentan-primer-estudio-sobre-confianza-en extraído el 17022025). Aunque informativo, este es un estudio de tipo transversal (una sola medida y actual), cuyos resultados no son para alegrarse, y dada su naturaleza no tiene la capacidad de mostrar longitudinalmente el empeoramiento en el tiempo de todas las medidas de confianza ni cifras de percepción de corrupción y faltas a la probidad en los municipios, partidos políticos, parlamento, sistema de justicia, iglesia, FFAA, etc., en los últimos 7 años (si le interesara esto puede ver cifras en google: Vista de Exploración del malestar social: hacia una explicación psicosocial del estallido social chileno. (especialmente de la página 92 en adelante).
El hecho que a esta fecha sean dos las lideresas con más posibilidades de alcanzar la presidencia, que una de ellas ya fue dos veces presidente, y que ambas tienen más de 70 años, para algunos es un síntoma más de la crisis por la que atravesamos. No habría generación de reemplazo, tratándose de ‘más de lo mismo’. Para otros, contrariamente, tener más de 70 años es una edad que al menos asegura experiencia y sensatez, y agregan que el experimento ‘millenials’ que algunos de sus representantes -hoy ‘diplomáticos’- anunciaron que introduciría ‘inestabilidad al país”, ¡fue logrado! Y entonces, ya demostrado como lamentable, por ningún motivo hay que seguir en esa línea, siendo necesario regresar a gobernantes experimentados y mayores (bienvenida gerontocracia), sin complejos adánicos.
En todo caso, querido(a) lector(a), un o una Presidenta, aunque sepa que no puede vapulear repetidamente a su oposición si quiere posteriormente sentarse a lograr acuerdos con ella, poco puede hacer si no cuenta con una coalición y equipo experimentado, con capacidades de diálogo y persuasión. Son condiciones mínimas, especialmente cuando una derecha opositora no ha hecho en el Parlamento y prensa más que responder negativamente todo este tiempo a afrentas previas de quienes hoy gobiernan, además, por cierto, de buscar asegurar sus propios intereses. El mantra que se repite hoy en las fuerzas progresistas es el de la unidad, unidad, ante todo, para impedir que gane la oposición. Para quienes no están en la política (la enorme mayoría ciudadana) es un mantra pobre, nada convocante. ¿Por qué no, en cambio, un llamado a la unidad como medio para materializar una idea de país que resuelva los problemas reseñados, que entusiasme incluyentemente, a todos(as)?