Paula Barrios Goio. Propulsora del empoderamiento femenino, Metropolitan Chair Financial Empowerment G100. Socia de empresa de asesoría e intermediación financiera Bcorp Spa. Speaker de talleres de educación financiera para emprendedores y Fundadora del Podcast Liderarte, el arte de elegir tu vida. Co Founder de la Corporación Impulsa Vichuquén, Mentora en ChileConverge.
Hace unas semanas mi mentora de una de las redes a la cual pertenezco, me hizo las siguientes preguntas y francamente me hizo pensar bastante: ¿Te has preguntado por qué o para que sentimos culpa?
Primero partí por definirla, la culpa es una emoción que surge cuando creemos haber hecho algo mal o no haber cumplido con ciertas expectativas. Para las mujeres quizás las exigencias son más grandes, múltiples y por qué no, simultaneas: ser madres ejemplares, profesionales destacadas, administradoras del hogar y, además, mantener una vida social activa. Chicas: es normal que, al no poder cumplir con todo al 100%, aparezca la culpa.
Vivir con culpa no solo afecta nuestro bienestar emocional, sino también nuestra salud física. Puede generar estrés, ansiedad y, en casos más severos, depresión. Además, la culpa constante puede disminuir nuestra autoestima, haciéndonos sentir insuficientes y afectando nuestras relaciones interpersonales.
¿Pero cómo abordar la culpa sin morir en el intento? Veamos algunos tips que he ido recogiendo para mi tarea:
Reconocer y aceptar nuestras emociones: Es fundamental identificar cuándo y por qué nos sentimos culpables. Aceptar que es una emoción humana y que todas la experimentamos es el primer paso para manejarla.
Practicar la autocompasión: Seamos amables con nosotros mismas. Recuerda que somos humanas y es normal que cometamos errores. Tratémonos con el mismo cariño y comprensión que uno le ofrecería a una amiga en una situación similar.
Establecer expectativas realistas: No podemos pretender hacerlo todo, así que debemos priorizar nuestras responsabilidades y entender finalmente, que está bien delegar o pedir ayuda cuando sea necesario.
Aprendamos de nuestros errores: En lugar de castigarnos, por lo que salió mal (en este aspecto, nosotras mismas somos nuestro peor juez moral), busquemos aprendizajes que podamos aplicar en el futuro. Cada experiencia es una oportunidad de crecimiento.
Comuniquemos nuestros sentimientos: Recomiendo de todas maneras hablar con personas de nuestra confianza sobre cómo nos sentimos. Compartir nuestras emociones puede aliviar la carga y entregarnos nuevas perspectivas.
La última y más importante: DEDICA TIEMPO PARA TÍ, es esencial que reservemos momentos para las actividades que disfrutamos más y que nos hagan relajarnos. Cuidar de nosotras misma nos permitirá estar en mejor disposición para cuidar de los demás.
Como muchas de ustedes, he sentido la culpa como una sombra que me sigue a donde voy. Culpa porque no fui la mamá perfecta, porque no llegue a tiempo a una reunión, por no tener siempre la respuesta correcta, por querer descansar cuando la lista de tareas sigue creciendo. Y sí, culpa también por querer algo para mí misma, como si fuera un acto egoísta en lugar de una necesidad.
Es como un eco constante que te recuerda lo que “debiste haber hecho”. Pero ¿quién define esos “deberías”? Muchas veces, somos nosotras mismas quienes nos imponemos estándares imposibles, intentando ser todo para todos, todo el tiempo. Y cuando no logramos alcanzar esa meta imaginaria, la culpa llega para recordarnos que “no fue suficiente”. Es agotador, ¿verdad?
¿Sabes qué he descubierto en este proceso? Que soltar la culpa no es un acto de egoísmo ni de irresponsabilidad. Es un acto de amor propio. Es reconocer que no somos perfectas, que no tenemos que serlo, y que está bien equivocarse, fallar, o incluso simplemente querer descansar.
He ido aprendiendo que no está mal soltar la culpa. Porque cuando soltamos, hacemos espacio para respirar, para disfrutar, para vivir. Soltar no significa olvidar nuestras responsabilidades; significa darnos la oportunidad de ser humana. Significa recordar que no estamos solas en este camino y que es válido pedir ayuda, descansar, o incluso volver a empezar.
Así que querida lectora, aquí va mi invitación: la próxima vez que la culpa toque a tu puerta, detente un momento. Respira. Pregúntate si esa culpa realmente te pertenece o si es una expectativa que alguien más impuso sobre ti. Y si decides que puedes soltarla, hazlo sin miedo. Porque cuando te liberas de la culpa, te das el mejor regalo de todos: la paz.