El gigante de la belleza, Avon, ha anunciado su quiebra este lunes 13 de agosto, un día que marcará un punto de inflexión en la historia de la empresa y la industria de la cosmética.
La compañía se ha acogido al Capítulo 11 en el Estado de Delaware, enfrentando una crisis financiera provocada por un aluvión de demandas que acusan al talco en sus productos de ser cancerígeno.
La situación de Avon se ha visto agravada desde que una agencia de la ONU declaró el talco como “cancerígeno”, lo que desató una ola de más de 300 demandas por daños personales. Hasta la fecha, la empresa ha gastado 225 millones de dólares en su defensa y en acuerdos, pero estas cifras no han sido suficientes para contener la marea de litigios.
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Philip Gund, director de reestructuración de Avon, señaló que la compañía se encuentra en una situación crítica, sin la “liquidez suficiente para litigar y/o resolver” los numerosos casos en su contra. Además, Gund advirtió en los documentos judiciales que la empresa espera que el número de demandas siga aumentando en ausencia de una solución definitiva.
La estrategia de declararse en quiebra no es nueva en la industria. Johnson & Johnson, otro gigante afectado por litigios relacionados con productos de talco, ha recurrido a la bancarrota en múltiples ocasiones para intentar llegar a un acuerdo con los demandantes. Sin embargo, esta táctica no ha resuelto completamente sus problemas legales, lo que deja en incertidumbre el futuro de Avon y sus posibilidades de recuperación.
Este evento marca un duro golpe para Avon, una marca que durante décadas ha sido sinónimo de belleza y cuidado personal. La quiebra y la batalla legal en curso podrían tener un impacto significativo no solo en la compañía, sino también en sus empleados, distribuidores y millones de clientes a nivel mundial.