Dra. Marcela Mansilla Azócar, especialista en nutrición y Magister en Nutrición Humana.
La palabra “obesidad” proviene del latín “obesitas” que se puede traducir como “completamente nutrido” o “quien come mucho”. La palabra “gordura” también proviene del latín y se traduce como “pesado, desequilibrado en sus proporciones”. Este último término es usado de forma coloquial y más bien despectiva para aludir a una persona que tiene alto peso corporal, aunque en ocasiones también se utiliza la palabra obesidad para caracterizar a esta persona con una cualidad negativa y que además sería consecuencia de su irresponsabilidad.
La obesidad no es cualidad, es una enfermedad crónica que, en nuestro país, según la Encuesta Nacional de Salud vigente 2016-17 afecta al 34,4% de la población y, si se incluye a las personas con sobrepeso, el porcentaje sube a 74,2%, es decir, 1 de cada 4 personas. Conocidas son ya sus complicaciones, principalmente cardiovasculares, metabólicas y su relación con al menos 13 distintos tipos de cánceres, sin mencionar el compromiso secundario de otros órganos y sistemas.
Pero más allá de definiciones, estadísticas y morbilidades, ¿cuánto prejuicio tenemos en relación con el cuerpo obeso? Como sociedad y como profesionales de salud deberíamos hacer una pausa y reflexionar sobre preguntas como: ¿nos hemos detenido a pensar si la persona con diagnóstico de obesidad está conforme o no con su cuerpo, o si quiere recibir comentarios al respecto? ¿nos preocupamos del pudor del paciente obeso cuando en el acto médico le pedimos que se desvista y se suba a la balanza como parte del necesario examen físico? ¿nos hemos preguntado cómo se siente la persona obesa cada vez que por su tamaño recibe miradas curiosas en un restaurante, al comprarse ropa, al usar un asiento en el cine o en la locomoción colectiva?
Los estándares de cómo debiera ser el cuerpo de una persona “bella” han creado prototipos distorsionados para ser socialmente aceptado, fomentando el deseo de ser delgado por cuestiones estéticas, en vez de buscar un cuerpo saludable y, al mismo tiempo, aceptar que ese cuerpo cambia según el momento del ciclo vital en que el ser humano se encuentre. Se resta importancia a los factores culturales, ambientales, metabólicos, genéticos y epigenéticos en la génesis de la obesidad, mientras que se apunta como principal y casi único responsable al comer en exceso.
Se ha reportado en la literatura que la masiva exposición de los cuerpos en las redes sociales es un factor que influye negativamente en la autoimagen, donde la inevitable comparación con otros genera un cuestionamiento constante sobre la propia apariencia, favoreciendo la insatisfacción con el cuerpo y un efecto negativo en la autoestima, lo que conlleva a la búsqueda de recetas milagrosas que prometen hacer perder peso rápido e incluso para siempre. En las mismas redes sociales podemos ver cómo de manera indiscriminada se venden diversos productos para perder peso mágicamente, así como planes de dietas y plataformas de ejercicios sin asesoría profesional, generando una sensación de fracaso por estar en condición de obesidad y que además, esta es producto de falta de fuerza de voluntad y de dedicación personal, como si eso fuera lo más importante, olvidando que el objetivo no es el peso, sino el tener un cuerpo nutrido, sano, de acuerdo con la edad, la estructura física, el sexo y hasta la propia genética que tiene el individuo. No es un estándar.
A este ideal de peso corporal y búsqueda de la belleza como un prototipo se han asociado Trastornos de la Conducta Alimentaria y Trastornos del Estado de Ánimo, que perpetúan el ambiente obesogénico, generando mayor frustración y disconformidad con el propio cuerpo, centrando nuevamente el foco en la forma física y no en la salud y cayendo en un círculo vicioso del que es muy difícil salir.
En las últimas décadas del siglo XX comenzaron a surgir los primeros Fat Studies, que corresponden a estudios académicos basados en un movimiento social asociado con la igualdad de derechos, especialmente en relación con el tamaño del cuerpo. Estos estudios buscan eliminar las asociaciones negativas sobre el cuerpo obeso que se han instalado en el inconsciente colectivo para ser asumidas como verdades, tales como enfermedad, fealdad, lentitud, en suma, algo indeseable que se debe evitar. Nada más equivocado que esta concepción; es por ello que los Fat Studies apuntan a que ser obeso debería ser una experiencia corporal como cualquier otra: estar delgado, ser alto, ser bajo, ser rubio, de tez morena, etc., porque la persona sigue siendo persona, digna y sujeto de derechos independiente de su forma externa.
Como profesionales de salud y especialmente en la relación médico-paciente, núcleo del acto médico donde se establece el vínculo para apoyar al otro que requiere ayuda, debemos ser cuidadosos cuando nos expresamos sobre la salud de las personas. A veces en el énfasis de invitar a nuestros pacientes a ser parte activa del proceso para conseguir cambios que van a favorecer su calidad y esperanza de vida, nuestro discurso hace sentir al paciente con cuerpo obeso que es una persona descuidada con su salud, que no sabe alimentarse o que no tiene fuerza de voluntad para cumplir con las indicaciones y, no nos damos cuenta de que, lejos de estimularlo, estamos criticando de manera arrogante su forma de vida y las decisiones que ha tomado.
Nuestra misión con las personas obesas, desde la salud y como médicas y médicos debe ser la de informar, presentar opciones para contribuir a elevar su nivel de salud y acompañar en el proceso, reconociendo al otro como un individuo autónomo. Debemos ser capaces de empoderarlos en su propio cuidado, sin manipular sus decisiones, demostrando respeto por el ser humano en sí mismo, que es persona antes que obeso.