Alejandra Casanova Henríquez, Arquitecta Universidad del Bío-Bío, Magíster en Gerencia para el Desarrollo.
Especialista en Políticas Públicas, Desarrollo Urbano -Territorio y Seguridad Urbana.
Los últimos 30 años los desastres naturales han afectado a más de 4.8 mil millones personas, algo así como el 60% de la población mundial.
A medida que la población urbana va aumentando y la crisis climática impacta con
fuerza, la Resiliencia Urbana como concepto clave y trascendente, va en la línea
de dar protección y seguridad a las personas, y propone la sostenibilidad a los
cambios que la ciudad necesita de manera urgente para enfrentar nuevas
condiciones y desafíos ambientales.
En la Pauta anterior ya mencioné especialmente la “Resiliencia Urbana” como una
directriz prioritaria a incorporar al momento de planificar, preparar, adaptar y
transformar nuestras ciudades ante los riesgos e impactos naturales potenciales.
Si nos ponemos en contexto hoy, luego del sistema frontal que trajo intensas
lluvias a la zona centro sur de nuestro país, los “desastres naturales” (que pueden
ser no tan naturales, por la (mal) intervención del hombre), se han expresado a
través de desbordes de ríos provocando graves inundaciones en localidades y
bordes de sus cauces; peligrosos socavones en áreas habitables; aluviones y
activación de quebradas que provoca deslizamientos de materiales rocosos
cortando rutas, caminos y puentes, y como consecuencia miles de afectados;
donde los más carentes son los que más han sufrido, ya que son los que viven en
zonas de mayor riesgo, tienen menos recursos para protegerse y también para
recuperarse de las pérdidas materiales inmateriales.
Las zonas urbanas impactadas por desastres naturales además tienen un “efecto
dominó”, es decir, van desencadenando una serie de otros impactos negativos
para las personas, como cortes de energía, contaminación de aguas, aislamientos,
problemas de desplazamiento y por supuesto enfermedades, por dar algunos
ejemplos.
Tenemos hoy nuevos desafíos que enfrentar, autoridades y ciudadanía, ya que
estas situaciones climáticas no son eventuales y es momento de comenzar a
anticipar que tales sucesos serán cada vez más recurrentes.
Pasar de las buenas intenciones expresadas en manifiestos urbanos, que se
comprometen a fortalecer la resiliencia de las ciudades y los asentamientos
humanos; a impulsar una verdadera y apremiante Agenda de Resiliencia
Urbana, que aborde estrategias y acciones concretas, con sentido y enfoque
Local, tomando el conocimiento, experiencias y particularidades de cada territorio.
Esto podría ser convertido en un mandato desde el Estado hacia todas aquellas
instituciones públicas que están vinculados directamente al ordenamiento, planificación, gestión y desarrollo de las ciudades, como los Ministerios de Vivienda y Urbanismo, Medio Ambiente, Bienes Nacionales, Obras Publicas, Transporte, Energía y tantas otras, que sean puestas al servicio de apoyar a los Gobiernos Locales y Regionales, a desarrollar verdaderas competencias para elaborar una planificación urbana resiliente, segura e integrada.
Convivimos con una geografía extensa de borde costero, cordilleras, ríos y cursos
de agua, desiertos y quebradas; que nos exige ahora más que nunca planificar
ciudades mejor preparadas para proteger y dar seguridad a las personas como un
derecho esencial para la vida urbana.