Columna por Diego Palomo, Abogado y Docente de la Universidad de Talca.
Por distintas circunstancias que la vida puede presentar existen (existimos) personas que han pasado buena parte de la vida pasando un tren de alta velocidad a otro. Viviendo a alta velocidad, sin sentido ni consciencia.
En esa dinámica, cada logro, cada objetivo logrado, no es sino la señal que hay que enfocarse en el siguiente, que cumplido que sea no tendrá una respuesta distinta, automatizada.
Como si lo anterior no fuese ya suficiente para desaconsejar esta opción de “vida”, la alta velocidad te expone a heridas por “accidentes”, muchas de las cuales (si sobrevives) son imborrables o muy difíciles de sanar.
A algunos les (nos) cuesta más tiempo entenderlo, pero hay que vivir la vida con más tranquilidad, sentido, y con consciencia (piano piano, va lontano), aprendiendo a no estar disponible siempre y para cualquier cosa, buscando lo que, en esas hermosas lecturas no jurídicas y autores que admiro, se puede descubrir.
Uno de esos descubrimientos es la noción o concepto de Ikigai, ligado a la historia y cultura nipona, del cual mucho se ha escrito a lo largo de los años, pero poco, creo, conocemos en occidente.
El ikigai explicado en la presentación de su libro del mismo nombre, según F. Miralles, todo el mundo lo tiene, que no es otra cosa que un motivo para existir.
“Algunos lo han encontrado y son conscientes de su ikigai, otros lo llevan dentro, pero todavía lo están buscando…
Tener un ikigai claro y definido, una gran pasión, es algo que da satisfacción, felicidad y significado a la vida”.
La vida es (puede ser) una larga carretera. Y debes tomar una decisión, ojalá mas temprano que tarde.
Desde luego, no se trata de renunciar a los sueños, que nos mantienen avanzando y cruzando fronteras, pero sí de aprender a disfrutar del viaje que implica la vida.
Disfrutar de ese viaje a “Itaca” que tan magistralmente describe en su poesía K. Kavafis:
Itaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!-a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas.
Diego Palomo
U. de Talca