Columna por Gerardo Muñoz Riquelme, Presidente Regional PDC
A 50 años del golpe de Estado de 1973 podemos preguntarnos cuánto hemos aprendido los chilenos y chilenas a partir de esta experiencia tan traumática, que implicó la suspensión del ejercicio de derechos civiles y políticos por 17 años y si la democracia y convivencia que hoy tenemos es garantía suficiente para que no volvamos a experimentar otro golpe de estado en el futuro.
Al respecto, creo que es bueno partir por reconocer que en 1973 Chile vivía una grave crisis política, social y cultural, que pavimentó el camino al golpe militar. No pretendamos creer después de 50 años que el gobierno de la Unidad Popular fue un buen gobierno para Chile cuando evidentemente no lo fue.
En efecto, la crisis no empieza con el golpe, pero claramente a partir del 11 de septiembre de 1973, la crisis se acentúa, profundizando el quiebre ya existente. A partir del golpe, el país se divide entre amigos y enemigos, entre patriotas y traidores y estos últimos pueden ser perseguidos, encarcelados, torturados, exiliados o, derechamente, asesinados al margen de la ley y en muchos casos ocultando los cuerpos e impidiendo darles cristiana sepultura, un derecho humano que ni siquiera los enemigos de Cristo les negaron a sus deudos.
Lo más grave de todo es que este estado de guerra interna se mantuvo durante todo el régimen militar. Hubo crímenes al comienzo de la dictadura, como la llamada caravana de la muerte, operación encargada el año 1973 por Pinochet al General de Brigada Sergio Arellano Stark, y que estuvo destinada a visitar centros de detención y aplicar procedimientos sumarios que terminaron con cientos de detenidos fusilados sin debido proceso; también hubo crímenes en los años 80, como el denominado comando conjunto que secuestró y degollo a tres profesionales opositores al Régimen y ligados al Partido Comunista, Manuel Guerrero, Santiago Natino y José Manuel Parada, hechos que no fueron sancionados por la justicia hasta el retorno de la democracia.
Además, hubo crímenes perpetrados en el extranjero, como el atentado y asesinato de Orlando Letelier, ocurrido en 1976 en Washington, y antes, en 1974, el atentado y asesinato del general Carlos Prats y su esposa Sofia Cuthbert en Buenos Aires y en 1975, el atentado a Bernardo Leighton y su esposa Anita Fresno en Roma son solo algunos ejemplos en que la Dictadora Militar realizó operaciones criminales incluso más allá de las fronteras de nuestro territorio. Esto explica, de alguna manera, que el líder del golpe, el General Pinochet, haya estado detenido en Londres por crímenes de lesa humanidad, algo que la justicia chilena nunca fue capaz de hacer.
Pero volviendo a la pregunta original, mucho me temo que, con los actuales niveles de baja valoración de la democracia y de sus principales instituciones, no existe garantía alguna de que en el futuro no volvamos a vivir otro quiebre institucional. La crisis de seguridad que experimenta el país es terreno fértil para los caudillos tipo Jair Bolsonaro, en Brasil o Nayib Bukele en El Salvador.
Es por ello que, debemos trabajar por una genuina reconciliación nacional expresada en una nueva constitución que sea símbolo de un país reconciliado y unido.
Para ello necesitamos alcanzar acuerdos fundamentales y no sacar ventajas de triunfos electorales coyunturales. Si queremos vivir en paz, reconciliados y en una sociedad altamente cohesionada debemos inaugurar la temporada de grandes acuerdos y esto implica bajar la guardia y dejar de defender el legado de Pinochet que se impuso a sangre y fuego.
Nada más contrario a la reconciliación que el negacionismo que observamos en la derecha política para reconocer que el Gobierno Militar fue un mal gobierno y negarse a cambiar su cultura del egoismo y el intento de algunos sectores de la izquierda política por intentar hacernos creer, después de 50 años, que el Gobierno de la Unidad Popular fue un buen gobierno para Chile.
Gerardo Muñoz Riquelme
Presidente Regional PDC
Región del Maule
