Artículo de opinión por Diego Palomo, abogado y académico de la Universidad de Talca.
En nuestro país, un espectáculo degradante ha eclipsado cualquier intento de construir un sistema político coherente y funcional.
La política chilena se hs transformado en un deplorable reality show que dista mucho de servir al bienestar de sus ciudadanos.
En este escenario, las disputas inventadas o pauteadas se han convertido en el pan de cada día, envenenando la posibilidad de un progreso real.
La lucha constante por el poder ha dado lugar a oportunismo desbocado, donde los líderes políticos no dudan en sacrificar valores y principios con tal de ganar un poco más de protagonismo en este espectáculo mediático.
El desprecio temerario por el bien común se manifiesta en la búsqueda insaciable de ventajas personales y partidistas, sin importar las consecuencias para la sociedad en su conjunto.
El dogmatismo al por mayor ha sido una característica distintiva de esta ya poco tolerable realidad para la gente.
Los líderes políticos se aferran a sus ideologías con una firmeza que raya en el fanatismo, sin abrirse al razonamiento ni al diálogo que podrían conducir a soluciones con miras al bien común.
El maximalismo es la norma, dejando poco espacio para el compromiso y la colaboración que la política (debe) debería fomentar.
En este espectáculo ya decadente, la ausencia de diálogo verdadero se destaca como un lastre que impide el entendimiento mutuo y la búsqueda de soluciones efectivas.
Los políticos se regodean en discursos “grandilocuentes” con palabras completamente vacías, sin mostrar un interés real por escuchar a sus rivales o a la ciudadanía que dicen representar.
La falta de mirada de largo plazo es evidente en las decisiones políticas impulsadas por la inmediatez y la conveniencia personal.
La planificación estratégica y el desarrollo sostenible han quedado en el olvido, reemplazados por medidas populistas que buscan captar la atención efímera de los medios y de un público cada vez más desencantado y desconectado.
De hecho, la desconexión total con el mundo real exterior al reality show es un hecho innegable. Los políticos se han convertido en “actores” de un guion muy mal escrito, alejados de las preocupaciones reales de la población.
Mientras los ciudadanos enfrentan problemas reales como la desigualdad, la falta de acceso a la educación y la salud, los políticos parecen disfrutar con peleas estériles y promesas vacías.
La falta de vergüenza es palpable cuando observamos a los líderes políticos actuando sin el menor pudor, incluso cuando sus acciones contradicen flagrantemente sus discursos previos.
La falta de memoria es manifiesta y se expresa y ha expresado en todas las variantes posibles. Hoy todos son arcángeles.
La falta de decencia mínima es evidente en las puestas en escena patéticas que a menudo se presentan como “debates políticos”.
Los insultos personales, las acusaciones infundadas y el sensacionalismo barato son moneda corriente en lugar de argumentos fundamentados y respeto mutuo.
En fin, tristemente la política chilena ha caído en una lógica de espectáculo degradante y pirotecnia mediática.
La ciudadanía chilena merece líderes que trabajen en pos del bienestar común y que se comprometan genuinamente con la construcción de un país mejor.
Mientras la política siga siendo un reality show de mala factura, la sociedad chilena continuará pagando el precio de esta lamentable farsa.
En todo caso, todo podría ser peor… Javier Milei (viva la libertad carajo!) mediante (no llores por mi Argentina).