Artículo de opinión por Diego Palomo, abogado y académico de la Universidad de Talca.
En el mundo laboral, la presencia de individuos personal e intelectualmente mediocres (que generalmente saben moverse y sobrevivir) puede resultar preocupante y peligrosa para el éxito, la productividad y el real clima de una organización.
Estas personas, fácilmente identificables, suelen carecer de la capacidad no solo personal sino intelectual que sea coherente con su posición y, en el afán de disfrazar u ocultar su incapacidad, recurren a cualquier medio, incluyendo amenazar o abusar activa o pasivamente a otros cuya personalidad se los permita.
Aunque puedan aparentar, en el mejor de los casos, ser trabajadores “diligentes” y “productivos”, su limitada capacidad, comprensión y afán incansable de acumular y abusar del poder pueden impactar negativamente en el rendimiento general del grupo y, en última instancia, afectar la consecución de los objetivos de interés general de la organización.
Los mediocres no escuchan y abusan, arrastrando o bien inmovilizando al resto, que por temor o razones diversas no hacen nada, pero que los padecen resignados. Esto conduce a muy malas prácticas, que se terminan instalando e incrustando en la organización, si no se asume la situación por el o los encargados de la misma.
Además, la falta de habilidades de estas personas puede llevarlos a cometer errores difíciles de enmendar o tomar decisiones precipitadas y arbitrarias, o dirigidas exclusivamente a su interés particular, poniendo en riesgo la reputación, imagen y progreso de la organización.
A menudo, los mediocres pueden sentirse tan seguros que asumen actitudes derechamente dañosas y torcidas, lo que crea un ambiente en el lugar de trabajo, no solo con pares, sino que con personal que jerárquicamente (bajo su perspectiva) no les merece respeto ni consideración.
Su incapacidad y mediocridad sobre todo personal puede obstaculizar la capacidad de la organización para avanzar y crecer.
En cambio, los empleados altamente capacitados e intelectualmente competentes brindan, bajo adecuados liderazgos, una ventaja significativa a la organización.
Su habilidad para analizar situaciones complejas, pensar de manera crítica y proponer soluciones que velen por el interés general permite a la organización enfrentar desafíos de manera eficiente y alcanzar un rendimiento óptimo en todo sentido.
Es responsabilidad de los líderes encargados el identificar y abordar a los empleados que se encuentran en la categoría de mediocres.
Brindar capacitación y oportunidades de desarrollo personal y profesional puede ayudar a mejorar sus habilidades y desempeño.
Sin embargo, cuando la mediocridad intelectual y personal se vuelve crónica, obstinada y contagiosa, puede ser necesario tomar decisiones valientes, con el objetivo de proteger el bienestar general de la organización y comunidad.
La idea que queremos transmitir, lo sabemos, es incómoda en un país como el nuestro donde las personas suelen preferir callar ante este tipo de elementos.
Como sea, tenemos la convicción que la presencia de individuos intelectualmente y personalmente mediocres en el ámbito laboral, más aun cuando tienen cuotas de poder (por ridículas o menores que sean), representa un peligro si se conjuga con personalidades débiles de otros que prefieren ceder, someterse o callar, para no experimentar represalias.
Abordar este problema sin eufemismos y con determinación es esencial para fomentar una cultura laboral de verdad de excelencia, donde la inteligencia y la decencia sean valoradas y premiadas, y la mediocridad no se abra paso a través de alianzas espurias.