ARTÍCULO DE OPINIÓN POR DIEGO PALOMO, ACADÉMICO DE LA UNIVERSIDAD DE TALCA.
La perspectiva humana es un “caleidoscopio” de creencias y actitudes que conforman nuestra visión del mundo.
Es que dentro de este vasto espectro de ideas, dos extremos opuestos parecen dominar: creer que nada puede cambiarse y creer que todo puede cambiarse. Esta dualidad, aparentemente contradictoria, encierra un mensaje persuasivo y revelador sobre nuestra capacidad de transformación.
Primero, aquellos que afirman que nada puede cambiarse se adhieren a una mentalidad estática, convencidos de que las circunstancias y las estructuras sociales son inmutables.
Esta visión conservadora, reaccionaria, y pesimista tiende a desalentar cualquier esfuerzo por el cambio, relegando a la sociedad a una pasividad resignada.
Sin embargo, al examinar de cerca esta postura, se revela una trampa peligrosa. Creer que nada puede cambiarse implica aceptar la injusticia, la desigualdad y los problemas que aquejan a nuestra sociedad como una realidad inalterable, lo que no es tolerable.
Esta actitud limita nuestra capacidad de acción y nos aleja de nuestro potencial transformador como individuos y como colectivo social.
Por otro lado, existen aquellos que abrazan la creencia de que todo puede cambiarse.
Este enfoque optimista, aunque a veces idealista y utópico, lleva consigo una carga poderosa de esperanza y determinación.
Los defensores de esta perspectiva ven los desafíos y las injusticias como oportunidades para el cambio y la mejora.
Se atreven a cuestionar las normas establecidas y a desafiar las barreras impuestas por la sociedad. Creer que todo puede cambiarse alimenta el motor de la innovación, el progreso y la lucha por la justicia social.
Sin embargo, es necesario, como siempre, encontrar un equilibrio entre ambas posturas.
La realidad se encuentra en un punto intermedio, en los grises, en el cual algunas cosas pueden cambiar, mientras que otras pueden requerir un enfoque más sutil o a largo plazo.
Reconocer esta complejidad, es madurar y, a la vez, nos permite adoptar una perspectiva más realista y pragmática.
La persuasión radica en reconocer que, si bien hay aspectos de nuestra vida y sociedad que pueden resistir el cambio, también existen áreas donde la transformación es posible y necesaria. El cambio social y personal no es un proceso lineal ni uniforme; requiere tiempo, esfuerzo y perseverancia.
La historia nos ha demostrado repetidamente que los logros más significativos se han alcanzado cuando se han combinado la visión audaz y la voluntad de actuar con estrategias inteligentes y una comprensión profunda de las dinámicas existentes, so pena de tirar todo al traste.
Es central abrazar la dualidad de estas perspectivas “aparentemente” contradictorias. ¡Así es la vida!
La convicción de que nada puede cambiarse nos impulsa a cuestionar y desafiar las estructuras injustas, mientras que la creencia de que todo puede cambiarse nos motiva a actuar y a perseguir un futuro mejor.
Ambas posturas, si se ven bien, se nutren mutuamente y nos recuerdan la importancia de encontrar el equilibrio entre el escepticismo crítico y la esperanza inquebrantable.
La persuasión radica en la capacidad de mantener una mentalidad abierta y adaptable. Creer que nada puede cambiarse es limitante, mientras que creer que todo puede cambiarse puede ser utópico.
La verdadera transformación se encuentra en el espacio intermedio, donde reconocemos que algunos aspectos son más resistentes al cambio, pero otros están abiertos a nuevas ideas y posibilidades. Al abrazar esta dualidad, podemos activar nuestro poder como agentes de cambio y trabajar juntos para construir un futuro más justo, equitativo y posible.